jueves, 22 de marzo de 2012

Benedicto XVI: cooperador de la verdad

+ S.E. Mons. Eugenio Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Puebla

Numerosos reconocimientos a la labor del Cardenal, servidor de la verdad 
En reconocimiento a su valiosa labor, el Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, recibió numerosos doctorados honoris causa: por el College of St. Thomas in St. Paul (Minnesota, Estados Unidos), en 1984; por la Universidad católica de Eichstätt (Alemania), en 1985; por la Universidad católica de Lima (Perú), en 1986; por la Universidad católica de Lublin (Polonia), en 1988; por la Universidad de Navarra (Pamplona, España), en 1998; por la Libre Universidad María Santísima Asunta (Roma), en 1999; por la Facultad de teología de la Universidad de Wroclaw (Polonia), en 2000.
 
Ciertamente, estos reconocimientos expresaban la gratitud de la sociedad a un hombre de Iglesia deseoso de servir a la humanidad anunciando la verdad que nos hace libres (cfr. Jn 8, 32). Precisamente, ante una confusa cultura relativista que difunde cada vez más la idea de que todas las religiones son vías igualmente validas de salvación, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe dirigió la Declaración Dominus Iesus, que el beato Papa Juan Pablo II ratificó y confirmó con ciencia cierta y con su autoridad apostólica, ordenando su publicación, y en la cual se deja en claro la originalidad de Cristo y el carácter completo y definitivo de su obra de salvación para toda la humanidad.

Al presentar este valioso documento, el Cardenal Ratzinger comentó: “El hecho de que el relativismo se presente… como la verdadera filosofía de la humanidad, en grado de garantizar la tolerancia y la democracia, conduce a marginar a quien se empeña en la defensa de la identidad cristiana y en su deseo de difundir la verdad universal y salvífica de Jesucristo… Esta falsa idea de tolerancia está unida con la pérdida y la renuncia a la cuestión de la verdad, que de hecho hoy es considerada por muchos como una cuestión irrelevante o de segundo orden. Salta así a la vista la debilidad intelectual de la cultura actual: llegando a faltar la pregunta por la verdad, la esencia de la religión ya no se distingue de su no esencia, la fe no se distingue de la superstición, la experiencia de la ilusión”.
 
El mismo Cardenal aclaró: “La estima y el respeto por las religiones del mundo, así como por las culturas que han dado un objetivo enriquecimiento a la promoción de la dignidad del hombre y al desarrollo de la civilización, no disminuye la originalidad y la unicidad de la revelación de Jesucristo y no limita en modo alguno la tarea misional de la Iglesia… la Iglesia se siente llamada, constitutivamente, a la evangelización de los pueblos".

La Declaración Dominus Iesus
 
Al contemplar el universo y considerarse a sí mismo, el ser humano puede llegar a experimentar y comprender no sólo la existencia de un Ser Supremo, autor de cuanto existe, sino también algo de su esencia, ya que en toda obra se revela en cierta medida la personalidad del artista. Así han nacido las diversas religiones, cuyas creencias, ritos y oraciones se fundamentan en aquello que los seres humanos han ideado y creado en su búsqueda de la verdad, en referencia a lo Divino. Pero ¿Qué es lo que distingue al cristianismo de todas ellas?
La Declaración Dominus Iesus responde a este interrogante. El documento comienza afirmando que la encarnación del Hijo de Dios es un “evento de salvación para toda la humanidad” . Efectivamente, “el Padre envió a su Hijo, como salvador del mundo” (1 Jn 4,14). En Jesús, Dios se revela plenamente a todos los seres humanos; por eso, la revelación de Dios en Jesucristo, contenida en la Biblia y en la Tradición de la Iglesia, tiene un valor “definitivo y completo”, y se comunica mediante los sacramentos. “La voluntad salvífica universal de Dios Uno y Trino es ofrecida y cumplida una vez para siempre en el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios”.

“El Señor Jesús, único salvador… constituyó a la Iglesia como misterio salvífico… Jesucristo, en efecto, continúa su presencia y su obra de salvación en la Iglesia y a través de la Iglesia (cfr. Col 1,24-27). Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, guiada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él” . Por eso, “Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación, pues Cristo es el único Mediador y el camino de salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia”.
 
No obstante, el Documento señala que “la acción salvífica de Jesucristo, con y por medio de su Espíritu, se extiende más allá de los confines visibles de la Iglesia y alcanza a toda la humanidad… el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual… Es también el Espíritu quien esparce las semillas de la Palabra presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo”. “Esta gracia proviene de Cristo; es fruto de su sacrificio y es comunicada por el Espíritu Santo. Ella está relacionada con la Iglesia, la cual procede de la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo”.

Por eso, las diferentes tradiciones religiosas contienen y ofrecen elementos de religiosidad que proceden de Dios, cuyo Espíritu actúa en las personas y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y las religiones. Algunas oraciones y ritos presentes en ellas pueden servir como preparación a la recepción del Evangelio, al estimular el corazón humano a abrirse a la acción de Dios. Sin embargo, estas oraciones y ritos no tienen un origen divino ni una eficacia salvífica ex opere operato, que es propia de los sacramentos cristianos.

En cuanto a la distinción entre lo que es la fe y lo que es la creencia en las otras religiones, la Declaración explica que la fe es un don divino que hace posible acoger la verdad revelada por Dios. En cambio, la creencia en las otras religiones son ideadas y creadas por los seres humanos para responder a una experiencia y a su búsqueda de lo Divino.
 
“Si bien es cierto que los no cristianos pueden recibir la gracia divina, también es cierto que objetivamente se hallan en una situación gravemente deficitaria si se compara con la de aquellos que, en la Iglesia, tienen la plenitud de los medios salvíficos. Se entiende, por lo tanto, que, siguiendo el mandamiento de Señor (cfr. Mt 28,19-20) y como exigencia del amor a todos los hombres, la Iglesia anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas”.